Anoche me levanté a primera hora de la madrugada oliendo a madreselva en el jardín del patio trasero. Tomé un vaso de agua mientras abría la puerta de madera. Marché a coger la barca, en silencio, como suelo hacer los veranos insomnes. Deslicé el bote desde el embarcadero. Me adentré en el lago, acompañado por el sonido de grillos y la luz de una luna que se comía el corazón del bosque. Todo mi cuerpo se estremeció de emoción. Estaba solo, en la inmensidad del lago, lejos de todo el ruido que me intoxicaba mi vida: Ahora, nadie me protegía; ni proclamas, ni dádivas, ni palmas que te alejen del camino que quería emprender.
El viento del norte comenzó a mover las aguas, la barca, mientras los arboles en la orilla danzaban una mágica pavana que acompasaba el ritual que iba a comenzar.
Pensé en cada momento que la vida me había hecho grande, fuerte, en cada persona a la que tenía que agradecer su aliento, sus manos, en los besos robados, los abrazos compartidos, las confesiones inconfesables, las risas desinteresadas….Me acordé de los bizcochos de mi tía abuela, de las macetas de jazmín que proclamaban que la vida era primavera, de las dunas de poniente, donde vi por primera vez la muerte en el cuerpo de un delfín…. Lloré. Lloré, agradeciéndole a la vida cada minuto, cada segundo incesante que me había permitido existir, sin prisas, siendo un niño con cuerpo de hombre y un hombre con corazón de niño…De cada lágrima que caía sobre las frías aguas del lago, brotó un sueño, de todos los colores, con olor a caramelos, a regaliz de vida….Eran las emociones, que se agolpaban para reciclarse. Y me fundí con cada lágrima ,reciclándome una vez más, sin miedo a seguir viviendo …Sintiendo la fuerza de mi interior.
Dale las gracias de mi parte a tu primo Jesús, por haberme mostrado el camino de tu blog.